En Perú, el camino a la igualdad de género pasa por la policía

(Por New York Times) Kelly Ccanto aún no entiende por qué su hija decidió matricularse en la escuela de policía. Ningún pariente suyo trabajaba para las fuerzas del orden. Tampoco recuerda que de niña le atrajera vestir el uniforme de la Policía Nacional del Perú (PNP). Pero ya no puede indagar en la vocación de su hija: Sara Victoria Rocha Ccanto es una de las peruanas que han perdido la vida cumpliendo su deber en la policía. Un domingo de marzo de 2016, mientras estaba en comisión, la suboficial de 26 años fue embestida por un conductor ebrio.

Rocha Ccanto estaba asignada a la Dirección de Control de Tránsito en la zona sur de Lima y, junto con sus colegas mujeres, formaba parte de uno de los rostros más visibles del avance de género en el país. En Perú, el 18,7 por ciento de toda la policía nacional está formada por mujeres, una proporción que supera a muchos países del continente: en Estados Unidos, por ejemplo, al igual que en Ecuador, solo un 12 por ciento de los oficiales de policía son mujeres; en Bolivia apenas una de cada 10; en Colombia representan solo el 9 por ciento de la fuerza policial. Dos veces al año, más de tres mil jóvenes peruanas solteras de entre 18 y 24 años postulan a la escuela de suboficiales de San Bartolo, la única que hoy admite mujeres en el país.

Hay incentivos concretos que hacen más atractiva la vocación policial. En su despacho, la comandante Rosa Yuli Hidalgo, primera mujer que dirige esta escuela fundada en 1969, explica: “A veces uno estudia cinco, seis años en la universidad y no encuentra trabajo. En la Policía te internas tres años y sales con un sueldo fijo”.

Una suboficial recién egresada gana más de 3000 soles (921 dólares). Bastante para un país donde el salario mínimo ronda los 260 dólares, y los profesores de colegio consiguieron el año pasado que les aumentaran el salario a unos 600 dólares.

Evelyn Quintana, una de las nueve agentes reconocidas por su trabajo el sábado 3 de marzo en una ceremonia por el Día de la Mujer, tiene 15 años de servicio y reconoce que no tenía planes de postular a la policía. “Yo vendía ropa en un mercado”, dice. Cuando su papá se quedó sin trabajo, una amiga la convenció de reunir el dinero suficiente para presentarse a la escuela de suboficiales.

La paga podría compensar el peligro de la profesión, pero no el desprestigio: el 76,9 por ciento de los peruanos considera que la policía nacional no es una institución confiable. Pero esta percepción es diferenciada: una encuesta realizada por Proética, el capítulo peruano de Transparencia Internacional, encontró en 2012 que, aunque el 66 por ciento de los peruanos consideraba que los policías varones son corruptos, solo el 19 por ciento creía que sus contrapartes femeninas lo eran.

Esta percepción favorable tiene un efecto perverso, explica Sabrina Karim, profesora adjunta de gobierno en la Universidad de Cornell. Durante su estancia como becaria Fulbright en Lima, a Karim le intrigaba ver a tantas mujeres dirigiendo el tráfico en las caóticas calles de la capital. Así que en 2010 entrevistó a más de cuatrocientas policías peruanas y observó que esta política de integración era muy visible y ventajosa para el gobierno pero tenía un efecto negativo: “A las mujeres se les pide limpiar una situación que ellas no necesariamente crearon y también se las encasilla en una posición de la cual no siempre pueden ascender o acceder a otras divisiones”.

La académica encontró que la división de tránsito parecía ser una especie de trampa: el 81 por ciento de la carrera promedio de una mujer policía se daba dirigiendo el tránsito. La comandante Hidalgo, que pasó casi una década en esa división, coincide en que se trata de la labor más sacrificada de la PNP: los horarios son peores y se está expuesto al tráfico, a accidentes y a la contaminación.

Las policías de tránsito peruanas llamaron la atención del mundo por primera vez en 1998, cuando el gobierno de Alberto Fujimori anunció que para el fin del milenio toda la fuerza de tránsito de Lima sería femenina. La medida iba en parte impulsada por distintos estudios del Banco Mundial, que sugerían que la paridad de género en las instituciones públicas ayuda a disminuir la corrupción. Perú había sido pionero en América Latina en integrar mujeres a la fuerza policial: sucedió en 1955, un año después de logrado el voto femenino, el mismo año que la policía de Sao Paulo admitió mujeres en sus filas.

El informe que la profesora Karim publicó sobre sus hallazgos en 2011 indicaba que la feminización de la policía de tránsito peruana había logrado transformar a las fuerzas del orden público. Para entonces, de los 2500 policías de tránsito de Lima, el 93,3 por ciento eran mujeres. Pero aún no había generalas ni coronelas. Recién en 2017 dos mujeres ascendieron al máximo grado del escalafón.

Una de ellas, la generala Jacqueline Hinostroza, reconoce que la transparencia fue una de las razones que impulsaron la fuerza de tránsito femenina. “La mujer está más asociada con los valores, la honestidad. Si tiene que poner una papeleta es inflexible”, dice.

Hinostroza, hija de un policía retirado, es neurocirujana y asegura que el escalafón de la policía permite que hombres y mujeres asciendan con igualdad en la organización: “En esta meritocracia la mujer puede posicionarse bien con trabajo, empeño, tenacidad”.

En Perú, la buena imagen de las uniformadas trasciende a las encuestas de opinión. En los años noventa, La guardia Serafina fue la primera teleserie protagonizada por una mujer y mostraba las aventuras cómicas de una agente de tránsito. En 2008 se estrenó Fuerza Fénix, una telenovela sobre cuatro policías motorizadas de la capital. Y en la vida real las oficiales de tránsito también ocupan la pantalla: durante las inundaciones de 2017 se viralizó el video de una policía cantando un arreglo de “Despacito“ con una letra para animar a la población luego del desastre.

En fiestas patrias, un grupo de policías del escuadrón Fénix realizaba acrobacias en motocicleta, paseaba a los niños alrededor de la Plaza de Armas y se tomaba selfies con los asistentes. A fines del año pasado, una suboficial de la PNP recibió un saludo oficial en el pleno del Congreso luego de haber resultado ganadora en el certamen de belleza Miss Sudamérica.

Lejos de los reflectores, más de veintitrés mil mujeres peruanas llevan el uniforme kaki y verde y se encargan de tareas con menos exposición pública pero más diversas. En la ceremonia de premiación a la Mejor Mujer Policía 2018, las ganadoras se distinguieron por rescatar a ancianas y bebés atrapados en inundaciones y tormentas de granizo, infiltrarse en organizaciones de minería ilegal y trata de personas, resolver homicidios y organizar redes comunitarias de informantes, patrullas vecinales y talleres para niños y jóvenes. Ninguna de las ganadoras forma parte de la unidad de tránsito.

Mujeres derribando puertas

Aunque quejarse de tener el peor tráfico del mundo parezca un deporte latinoamericano, en Lima hay razones de sobra para aspirar al campeonato. “No hay noción, interés, ni política de planificación del transporte en el país. Tampoco hay gestión vial, importante para administrar el flujo de los vehículos, peatones, metro, buses”, explica Mariana Alegre, experta en urbanismo y coordinadora general del Observatorio Lima Cómo Vamos. El observatorio encontró en 2016 que el 10 por ciento de los habitantes de Lima sufre un accidente de tránsito cada año y el 24 por ciento es víctima de algún tipo de maltrato en el transporte público.

Esta violencia se traslada a las policías encargadas de ordenar el caos vial. En el mismo país donde el 58 por ciento de los peruanos y el 45 por ciento de las peruanas opina que las esposas están obligadas a obedecer a sus maridos, una cuarta parte de la policía de tránsito son mujeres. Esa cultura machista se traduce en maltrato hacia ellas. “Sienten que es más fácil atacar a una mujer que un hombre. De la mano va este buen estereotipo de que a la mujer no se le puede corromper. Entonces está el machismo y la moralidad: como no la puedes coimear le metes el carro”, explica Alegre.

Youtube almacena una creciente videoteca de estos incidentes. Uno de los últimos abusos se hizo viral luego de que una conductora publicase en su muro de Facebook el momento en que una mujer intentó atropellar, dos veces, a una policía. La conductora solo recibió una multa de 486 soles (150 dólares).

En 2017, más de 400 policías se retiraron por asuntos disciplinarios y el Ministerio Público detuvo a 69 policías involucrados en organizaciones delictivas. Al preguntarle al entonces ministro del Interior, Carlos Basombrío, si habían detenido a alguna policía mujer en esos operativos contra el crimen, dijo que no lo recordaba. (Desde su oficina confirmaron después que hubo 2 mujeres detenidas). Pero Basombrío —que renunció al ministerio en enero de 2018— sí recordaba que en esas operaciones había “algunas mujeres derribando puertas y logrando arrestos” a la par que sus colegas hombres.

Rosa Hidalgo, la comandante que dirige la escuela de San Bartolo, también tiene esas imágenes en la cabeza: “Ahora hay mujeres en el Grupo Terna [una unidad de élite de la PNP] que rompen puertas, se les ve más fuertes. Son más determinantes. Estamos en iguales condiciones que ellos”. Hidalgo se graduó como suboficial en San Bartolo en los años ochenta y también forma parte de la primera generación de oficiales de armas que graduó hombres y mujeres en 1996. Antes sirvió casi una década en tránsito y en tareas femeninas. “A lo mucho nos mandaban a comisarías de mujeres, a ver casos de mujeres o a trabajar con menores, como si no pudiéramos con más”, recuerda.

En 2008, la entonces ministra del Interior promovió a Hidalgo junto con otras tres colegas para ser las primeras comisarias del país. La oficial acababa de dar a luz, pero sabía que no podía rechazar la orden ni perder la oportunidad. “Tenía que traer a mi hijito para darle de lactar mientras trabajaba. En comisaría no hay hora de entrada ni de salida”, relata.

Si ser mujer policía en Perú sigue siendo un trabajo excepcional, los más grandes desafíos que enfrentan son comunes a los de todas las mujeres que trabajan, sin importar su rango. La suboficial Evelyn Quintana, que fue premiada como una de las mejores policías y ha servido en la dirección de tránsito, en atención a víctimas de violencia familiar y en comunidades remotas de provincia, dice que lo más difícil de ser policía es robarle tiempo a sus tres hijos; la menor no ha cumplido dos años. La generala Jacqueline Hinostroza, una neurocirujana destacada quien, desde que administra todo el sistema nacional de salud de la policía, no ha vuelto al quirófano, reflexiona: “Si tuviera cinco horas libres ahora, no haría una cirugía, iría a ver a mi hijo”.

Tal vez el impacto más duradero de la participación policial femenina no será —por ahora— en los índices de criminalidad, corrupción ni percepción sobre la inseguridad ciudadana. “Representamos a las madres de familia, a las adolescentes y jóvenes que están buscando una identidad, un prototipo en quien confiar”, dice la suboficial Evelyn Quintana.

Rodeada por más de cien alumnas uniformadas de la escuela de suboficiales de San Bartolo y por los altos mandos de la PNP, en el cementerio policial donde hace dos años enterró a su hija, Kelly Ccanto hace una pausa al recordarla. “No sé de dónde le nació querer ser policía”, dice, ocultando los ojos detrás de un par de lentes oscuros. Antes de Sara Victoria Rocha Ccanto nadie en su familia había pertenecido a la policía. Desde que ella murió, uno de sus primos postuló a la PNP, inspirado por el ejemplo de Sara. Tal vez no será el único. Su sobrina Camila, de 10 años, también quiere ser policía.

8/03/2018

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